DIARIO DE VIAJE
Actualmente hay varias tribus que podemos encontrar al norte de Tailandia. Una de ellas, que es la que más reclamo turístico tiene, es la tribu de las Long neck o mujeres jirafa.
A finales de los 80, principios de los 90, muchas de estas minorías étnicas huyeron por los conflictos con Birmania, y se refugiaron en Tailandia.

Dado que no pertenecen a ningún país, esta tribu ha estado viviendo del dinero que los turistas pagan por verles, pero ¿a qué precio?
Lo cierto es que no íbamos muy informados al respecto, (tampoco encontramos demasiada información), únicamente packs, en los que por un precio bastante alto, te incluían la visita al poblado.
Decidimos, que ya que íbamos en moto, lo íbamos a encontrar por nuestra cuenta. Y como preguntando se llega a Roma, después de unas cuantas vueltas, conseguimos encontrar el lugar.
Para nuestra sorpresa, no es un poblado sin más. Una especie de puesto de información y artículos para comprar, nos impedía acceder a el.
_ Son 300 bath – nos dijo una voz que salió de detrás del mostrador
“Que ¿qué?” No sabíamos que tendríamos que pagar para entrar a ver personas. Aún así, terminamos pagando, ya que queríamos ver qué escondía aquel lugar.

Pero de nuevo, sorpresa. Lo único que pudimos encontrar en este lugar (no creo que viéramos más de 30 personas), es un grupo de mujeres, que forzadamente sonríen para que les eches fotos y compres alguno de los artículos que hacen a mano.




Sinceramente, nos pareció una situación bastante incomoda. Nos pareció estar en un zoo o museo de personas. Y nos pareció triste.

Según te explican los carteles de la zona, es un lugar de ayuda a estas tribus, e indican que todo el dinero de las entradas es destinado a la vida, alimentación, etc de la gente de allí.
Pero la información recibida después no es esta. Cada familia recibe unos 1500 bath (algo más de 30€) y un porcentaje del dinero que sacan con la venta de esos objetos, pero únicamente si las mujeres llevan los aros. Si no es así, únicamente recibirán el arroz necesario para vivir, pero nada más.

Quiere decir, que aunque el gobierno tailandés no les obliga a llevar los aros, no tienen mucha más opción. El gobierno no les va a poner las cosas fáciles, pues son un reclamo turístico del país.
Así que este lugar… no nos gusta.
Después de este sabor agridulce, volvemos a coger la moto.
Nos dirigimos a Doi mae salong o “Santihkiri” que significa “cerro de la paz” (Y qué gran verdad) y que está principalmente habitado por chinos. Nos esperan algo mas de 50 km por delante, pero, igual que ayer, disfrutamos mucho con el paisaje. De nuevo, naturaleza y carreteras estrechas. Se nota el aire fresco y el olor de las flores es muy fuerte.

De camino, empieza a llover muy fuerte. Entre risas nos refugiamos en una tienda que había de paso, hasta que escampó un poco. Nos pusimos los chubasqueros (muy sexys por cierto) y recorrimos los 5 km que nos faltaban para llegar.

Era hora de comer, así que comimos algo en un pequeño restaurante chino, en el mercado de la zona y nos dimos una vuelta por allí.
En moto de nuevo, nos alejamos un poco del mercado y fuimos a visitar una de las varias plantaciones de té que hay en la zona.




Allí conocimos a otros dos viajeros, Cristina y Germán (Española y Colombiano), con los que tuvimos una agradable conversación. ¡Esperamos que tengan muy buen viaje!


Después de ver las plantaciones, volvimos a casa. El camino se hizo largo por el cansancio, y además la noche no ayuda mucho, pero por fin estábamos en casa.
Nos acercamos de nuevo al mercado nocturno a cenar y… la que lié en un momento.
De camino a la guesthouse, dado que era una calle ancha, larga y vacía, Samuel me dejó la moto (no se cómo se le ocurre dejarme nada con mi torpeza). Ya la había cogido unos segundos por la tarde de camino a Doi Mae Salong.
Recorrí unos metros y decidí girar para volver con Samuel. Con tan mala suerte (y torpeza) que al girar me apoyé en el acelerador y ¡me pegué un ostión contra el muro!
Salí volando, me estampé, caí, la moto me cayó encima de la pierna… y pff… quitando rasguños y moretones, no me paso nada. ¡Menudo susto! Y Samuel que me vio a lo lejos, casi le da algo al ver la escena.
Tanto él, como un local que había cerca echaron a correr al verme en el suelo. Al final, fue más el susto que otra cosa, pero os aseguro que, eso que dicen de que “no te enteras porque todo pasa muy deprisa” es totalmente falso… fui consciente de cada segundo. De hecho, conseguí poner las manos delante antes de estamparme en la pared.
¡Me fui a la habitación temblando!