Hicimos la mochila lo más rápido posible. La pareja canadiense también se marchaba, pero ellos iban a seguir con su viaje por otro lado. Nos despedimos y os fuimos a la otra parte de la isla.
Al llegar el hombre nos enseño nuestra casita. ¡qué maravilla!
El suelo era de madera pero las líneas entre tablón y tablón, te dejaba ver como el mar chocaba con las rocas y del suelo subía una brisa fresquita increíble. El sonido tranquilo del agua, una cama grande y limpia y ventilador.



El hombre nos dijo que descansáramos pues tenia que hacer cosas y que luego nos explicaría que teníamos que hacer.
Al tumbarnos en la cama nos invadió una sensación de placer… caímos rendidos hasta las 10 o así que llegó Didier el dueño.
Junto con la mujer (que es un cielo) nos explican que necesitan ayuda para limpiar la playa, pues allí en Camboya absolutamente todo, se tira al mar. Así que nos ponemos al lío.
Aunque la playa es muy pequeñita, hay una cantidad grandísima de basura. ¡es increíble!


Trabajamos hasta las 14h más o menos y luego paramos. Nos vamos con la pequeña a dar una vuelta al pueblo y por la noche cenamos.
La comida estaba riquísima y toda la familia era encantadora. ¡nos sentimos taaan bien aquí!